jueves, 18 de diciembre de 2008

El culposo placer de ser carnívoro.

Todos, a lo largo de nuestras vidas, hemos visto por lo menos un video referente a la crueldad animal; especialmente en lugares como industrias alimenticias. El sonado caso de los pollos en KFC, los rastros... Las perturbadoras imágenes corresponden al horrible final que sufren animales inocentes que posteriormente se cuecen, empanizan, fríen, etc.
¿Y decían que las prácticas de los antiguos pueblos quedaron atrás? La realidad es que seguimos participando en sacrificios rituales; poniéndole fin a una vida para satisfacer un apetito.
Muchos pensarán que la opción más apropiada (desde todos los puntos de vista) sería volverse vegetariano, tendencia que en los últimos años se ha extendido de manera sorprendente. El problema se presenta cuando la persona en cuestión está completamente aferrada a las carnes; cuando se encuentra en un punto en que no sólo disfruta de ésta, sino que la necesita.
Y el dilema está presente: ¿Ser o no ser carnívoro?
Vaya situación... Ante un caso así sólo quedan un par de opciones: Resignarse al nuevo régimen alimenticio o continuar con el consumo de carne con una enorme culpa.
La dualidad moral del ser humano parece no tener límites. No hay duda de lo extremadamente difícil (y hasta cierto punto, contradictorio) que es ser un amante de los animales que disfruta de la carne. Y en éstos últimos me incluyo.

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