domingo, 1 de marzo de 2009

Obscuridad total.

Esta vez no estoy hablando en un sentido metafórico. Es la 1 de la mañana y ha ocurrido uno de esos eventos molestos pero inevitables: Se fue la luz.
Lo se. Quizá muchos piensen: "¿Qué persona en su sano juicio se sienta frente a una computadora a la 1?" Definitivamente una muy ocupada. Pero ese no es el tema a tratar.
El hecho de que la electricidad se haya cortado tan abruptamente me hace pensar en tantas cosas. En cierta manera es una oportunidad de ponernos más alerta a nuestro alrededor. Sin ninguna distracción, podemos concentrarnos más en el interior y en el exterior. El ladrido de los perros, el chillido del viento contra los árboles, el crujido de las puertas... Todo un universo sonoro aparece en la obscuridad.
Lo que me parece irónico de las cosas simples es que estamos tan acostumbrados a ellas que incluso llegamos a ignorarlas. Es en momentos como estos que recordamos su existencia.
Caminar por la casa es algo casi automático en condiciones normales. Pero en un apagón es como adentrarse en un nuevo mundo. El camino se torna desconocido, incluso hostil. Sustituimos la vista por el tacto; palpamos las texturas... Cambia radicalmente la perspectiva de lo normal.
(En la actualidad puede que sea más sencillo gracias a las lámparas y los celulares. Sin embargo, prefiero verlo desde un punto de vista más tradicional).
De momento me pregunto... ¿Qué pasaría si esta penumbra durara días o semanas? ¿Cómo cambiaría la gente en ese intervalo? ¿Qué vida resurgiría de ese caos? Suena un experimento curioso, incluso doloroso. No me queda más que suponer.
¡Qué gracioso! La lámpara volvió a encenderse antes de terminar de escribir esto.

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