martes, 3 de marzo de 2009

Tesoros.

Ayer mientras limpiaba una habitación encontré un par de lentes que habían desaparecido misteriosamente. Sigo sin la menor idea de cómo llegaron ahí, pero el sólo hecho de encontrarlos me alegró el rato. Esta pequeña anécdota y varias películas que he visto últimamente me han hecho volver atrás hasta la infancia. Esa maravillosa época donde el mundo se nos presenta como una nueva experiencia.
A mi parecer, los niños son una especie subestimada por muchos. Creo que reúnen una gran cantidad de valores y actitudes que, por una razón u otra, vamos perdiendo durante el trayecto a la edad madura. Podría ser una interesante propuesta tratar de imitar todo lo positivo en los pequeñines. ¿Qué tal tomar un poco de ese optimismo? ¿O por qué no dejarnos guiar por nuestra imaginación? Esa curiosidad, esa iniciativa por conocer mejor el entorno, esa facilidad para olvidar las pequeña ofensas, la capacidad de jugar con otros sin importar su color o credo, la espontaneidad, el aprecio por las cosas más sencillas, la inocencia, la confianza, la fe... Seguro que es bueno crecer como persona, pero si todos tomáramos lo mejor de cada etapa presente, pasada o futura seríamos seres humanos mucho más completos. Por supuesto que los niños se quejan y demás, pero parecen dejar de lado rápidamente estas situaciones para centrarse en otras más agradables y productivas. Todo eso me lleva a mi infancia, en el año de mil novecientos y algo. Era feliz con encontrar una moneda entre el césped. Un caracol o una piedrita de colores eran el máximo tesoro. Las horas que no estaba en el colegio las aprovechaba en casa. ¡Vaya cambio!
Aparentemente la edad nos va amargando. Eso o las condiciones actuales. Ahora entiendo por qué tantas personas insisten en que hay qué tener alma de niño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario